Por L.M. Oliveira | @munozoliveira
Más pelotas y menos flechas
"Los arqueros sólo tiran, por eso Román dice sin problema que no le debe a nadie. Un jugador de equipo, al menos se siente mal por sus compañeros".
Vaya escándalo armó cuando dijo "Soy Aída Román, no le debo nada a nadie". Todo esto precisamente después de que China Taipei eliminó al equipo mexicano de tiro con arco de la competencia olímpica. Si no estuviéramos acostumbrados a los mamarrachos de los futbolistas, sobre todo a los de Cuauhtémoc Blanco, seguro la tiradora Román se habría ganado el hermoso apelativo de “lady arco” o “lady flecha”. Y es que sólo le faltó decir, “y duermo el sueño de los justos”, qué mamuca.
Pero está bien, no le debe nada a nadie, quién sabe cuál es la fórmula para calcular cuánto le debe, si algo, al país que paga sus entrenamientos. Luego le echó la culpa de su mala puntería al viento ¿de verdad el Dios Eolo le jugó chueco a las mexicanas y no a las chinas de Taipei? Si son los Juegos Olímpicos, no la Ilíada. Pero bueno, al calor de la derrota, que es una forma de borrachera, uno puede decir cualquier cosa, es ahí donde se ve el carácter.
Sin embargo, lo que me llamó la atención de todo aquello, no fue la falta de carácter ante el fracaso de la arquera Román, sino el hecho de que a ese juego de tres individuos tirando flechas uno tras otro se le llame “juego de equipo”.
¿Cuál equipo? Bailar cumbia es jugar en equipo, hacer el amor también, o para volver a los deportes olímpicos, jugar voleibol, fútbol, básquetbol, rugby es jugar en equipo. Hacerlo implica entender las necesidades de tus compañeros (es más lento, es zurdo), memorizar sus movimientos, su tempo; tener complicidades (de las transparentes, no hablo de corrupción, pero hay que aclararlo porque en Latinoamérica todo tiende hacia allá), saber comunicarse en silencio, con la mirada y hasta con la espalda, y así poner el pase preciso, la pantalla adecuada y lograr la meta común.
Implica sacrificarse cuando el otro ya no puede más, ya sea porque sus piernas están acalambradas o, peor, porque se le torció una muñeca o un tobillo. Pero también porque se equivocó. Es saber reprochar para poner las cosas en orden pero sin llegar al extremo de romper ese ente que es un equipo y que es más que la suma de sus jugadores.
Así como se juegan estos deportes, se tendría que jugar la vida en comunidad. Esto lo explicó muy bien Bernie Sanders cuando le preguntaron cuál era su religión y contestó algo así: mi espiritualidad me dice que estamos en esto juntos, es decir, cuando tu hijo sufre, yo sufro y cuando mis hijos sufren tu sufres; es fácil darle la espalda a los niños hambrientos y desarrollar una mentalidad que nos diga, “no debo preocuparme por ellos, lo que debo hacer es otro billón de dólares”.
Lo que creo, continuó Sanders, es que la naturaleza humana se trata de que todos tenemos impacto en todos de maneras que ni siquiera podemos racionalizar. Déjenme ponerlo en otras palabras: los animales dejan al enfermo y al débil atrás, para que se lo coman los leones. Los humanos podemos llevarlo en nuestros brazos e intentar ayudarlo, eso es jugar en equipo, esa es humanidad.
Ahora díganme una cosa, en qué se ayudan las tres individualidades que hacen su mejor esfuerzo para darle a la diana a 70 metros de distancia. Se dirán cosas bonitas: “Échale ganas ‘lady flecha’, tú puedes”. “Gracias, ‘lady arco’”. Discutirán sobre la fuerza del viento, se pasarán tips sobre cómo ajustar la mirilla (o lo que sea que ajusten, que se la pasan calibrando su arco), pero siguen siendo individuos que hacen puntos que se suman al final.
Ese es un trabajo deshumanizado, donde ni se necesita complicidad ni comunicación ni sacrificarse por el otro. Es más, el mejor “equipo” es el resultado de la suma de los dos mejores arqueros, basta con juntarlos a tirar, no necesitan conocerse. La diferencia es total con el juego en equipo del que yo hablo, piensen en este ejemplo: si juntas estrellas en una escuadra de futbol o de básquetbol no resulta fácil que jueguen bien, hacer un equipo.
Necesitan tiempo para conocerse, para amarrar esos movimientos de los que hablaba, ese conjunto. Los arqueros sólo tiran, por eso Román dice sin problema que no le debe nada a nadie. Un jugador de equipo, al menos se siente mal por sus compañeros.
En fin: ojalá nuestra sociedad fuera más un equipo de personas que ven por los otros como todos los que se juegan con balón que mencioné, que de arqueros (cada quién a los suyo): más pelota y menos flechas.
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L.M. Oliveira es escritor de novelas y ensayos. Además es investigador y profesor de filosofía. Gracias a que su madre es brasileña, apoya a Brasil sin remordimientos. En el México vs. Brasil le va al que más lo necesite. Algunas de sus obras son "La fragilidad del campamento" (Almadía) y "Resaca" (Literatura Random House). Su libro más reciente es "Árboles de largo invierno (Almadía 2016)".